En medio de los recuerdos y nostalgias que envuelven a la ciudad de La Habana, la fábrica de helados Guarina, que alguna vez fue un símbolo del placer dulce y refrescante, apenas subsiste en la memoria colectiva de quienes tuvieron el privilegio de probar sus deliciosos helados en décadas pasadas.

Con sus carritos y campanillas que sonaban en las cálidas noches habaneras, los heladeros de Guarina ofrecían a jóvenes y adultos una variedad de sabores que aún hoy evocan sonrisas y recuerdos entrañables. Mantecado, chocolate, fresa, caramelo, rizado de chocolate o fresa, y el inolvidable mantecado abizcochado, con galletas de María molidas, eran algunas de las delicias que conquistaban el paladar de quienes se acercaban a disfrutar de esta tentación fría.

En el año 1960, los helados Guarina eran una tradición en La Habana. Los bocaditos y paleticas se vendían por 15 centavos cada uno, en paquetes de 20 por $3 pesos. Las pintas costaban 50 centavos, los galones $4 pesos, y los vasitos se ofrecían a 10 centavos cada uno, en paquetes de 20 por $2 pesos. Aunque no siempre tenían el famoso coco glacé, aquellos que lo probaban quedaban prendados de su sabor único.

Los carritos de los heladeros eran un elemento icónico en la ciudad, invitando a todos a disfrutar de estas delicias refrescantes. La música de las campanillas se mezclaba con los murmullos de los clientes que, en las noches calurosas de verano, se acercaban a saborear los helados de la fábrica Guarina.

A pesar del paso del tiempo y los cambios, el amor por los helados nunca ha desaparecido en la cultura cubana. En 1984, un cardenense de nacimiento, Charlie Wright, trajo una visión innovadora al mercado de helados en Florida, Estados Unidos. Decidió utilizar el helado de mamey para hacer batidos en la «Latin American Cafeteria», atrayendo a cubanos que añoraban los sabores de su isla natal.

La compañía «Valentini», presidida por Wright, se dedicó a traer los sabores tropicales de Cuba, como el mamey, el mango y la guayaba, a la comunidad cubana en Florida. Con el tiempo, introdujeron aún más sabores tropicales, llegando a producir 80 variedades de helados. Solo del popular mamey, se vendieron 3,800,000 helados en un año.

Aunque los carritos de Guarina ya no cruzan las calles de La Habana y la fábrica ha quedado reducida a un mero recuerdo, el placer de disfrutar un buen helado sigue siendo una tradición que une a los cubanos donde quiera que estén, menos en Cuba, ya que el simple placer de disfrutar un helado se ha vuelto un lujo que pocos pueden permitirse. El dulce sabor de los helados Guarina perdura en el corazón y el paladar de quienes tuvieron la fortuna de saborearlos en aquellos tiempos dorados de La Habana.